Meses atrás me dije que no vería Transformers. Por varias razones. Primero, Michael Bay, su director. Cuando convirtió una de las mejores y mayores historias del Siglo XX, el ataque a Pearl Harbor, en un comercial de dentrífico protagonizado por los dientes de Ben Affleck, juré no volver a ver otra película suya. A pesar de que me gustaron, y me siguen gustando, The Rock y, sobre todo, Bad Boys. Después estaba el hecho de que no me apetecía ver una película protagonizada por los juguetes de mi hermanor menor, que se la pasaban regados en el piso, estorbando el paso, causando patinazos innecesarios. En esa epoca, yo estaba grandecito para jugar con esos bichos tan complicados y nunca vi la serie de dibujos animados. Pero hace poco adquirí uno de esos sistemas de sonido surround, así que fui al video club a alquilar la película más ruidosa que encontrara en los estantes. Y supuse que uns película sobre robots gigantes que se da tortazos durante todo el metraje, podía ser lo suficientemente escandalosa. Y lo fue. Tanto como para hacer vibrar el piso y los ventanales. Pero por otro lado, lamenté no haber ido a verla al cine, sólo por andar de prejuicioso. No entendí ni pío de todo ese rollo de los Autobots y los Decépticons y el fulano cubo y el no sé qué de energía de la vida. Los robots se me antojaron tan complicados como los juguetes y me pareció una pésima idea hacerlos hablar. La estructura narrativa del guión es más barroca y enredada que los cables de los robots. Sobran personajes, hay subtramas truncas y uno nunca sabe muy bien qué es lo que está pasando. Pero eso es lo de menos. Transformers es un parque de diversiones hecho película. Y uno no va a un parque de diversiones a educarse o a reflexionar, ni siquiera a entender nada. Uno va a que lo batan, lo sacudan, lo mareen, lo aterroricen y lo centrifuguen. Uno va a hartarse de algodón de azúcar y cotufas para luego vomitarlas encima a tu vecino en la centrífuga. Y eso es lo que tiene de sobra Transformers. Bay llena la película de alucinantes, vertiginosos planos y complejas secuencias de acción, que lo destacan como un director en el mejor de sus momentos. Son dos horas plenas de sacudidas, temblores, y explosiones, salpicadas de un bien llevado humor, gracias en gran parte a Shia LaBeouf (este muchacho promete). Los efectos no me aburrieron y la animación de los mutantes metálicos me gustó mucho. Hay suficientes destrozos urbanos como para dejar satisfacho al más exigente de los fanáticos de las películas japonesas de monstruos gigantes. Y, desde luego, también está Megan Fox, una criatura celestial de una belleza endiabladamente perturbadora. Aquí espero, pues, Transformers 2.]]>