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Cine, convicción y pesadillas

freddy-krueger.jpgEscribe en su blog el cineasta español Nacho Vigalondo:

Si llevar adelante una película que amas como a un hijo, y en la que te reconoces encuadre a encuadre, puede llegar a ser un suplicio, imaginen entregar una porción de tu vida no menor de dos años a un objeto que no te parece todo lo honesto ni todo lo convincente que crees que debería ser. Puede llegar a ser una pesadilla suicida.

¿Puede llegar a serlo?

Yo les puedo asegurar que lo es. Es un pesadilla suicida.

Hay situaciones inversas que resultan igual de pesadillezcas: aquellas en la que entregas la historia que amas como a tu hijo para que sean otros quienes decidan qué hacer con ella. Al final te devuelven un hijo al que a duras penas reconoces. Que apenas te gusta, que ya no quieres o, peor aún, del que te avergüenzas. Pero ese es tema para otro artículo.

A veces, algunas pesadillas son peores que otras. De unas, despiertas pronto. Otras, lo pesadillezco consiste precisamente en no poder despertar.

En el caso del cine, uno no despierta de sus más terribles pesadillas. O, en todo caso, al despertar, la pesadilla sigue allí, al pie de tu cama, con su borsalino roído, su rostro quemado y su guante con uñas como navajas.

El problema es que si el objeto no te parece todo lo honesto ni todo lo convincente que debería ser, lo más seguro es que al resto del mundo, empezando por tu equipo, tampoco le parezca. Y no hay peor pesadilla que una película en la que se trabaja sin convicción, por motivos que son ajenos por completo al hecho de hacer una película –como quizás no falte quien lea en la última frase una apología del trabajo cinematográfico voluntario, ad honorem, me apresuro a aclarar: llámenme comunista, pero soy de los que cree que todo trabajo debe ser debidamente remunerado. Si hay una pesadilla peor que un rodaje donde se trabaja sin convicción, esa es un rodaje donde además de no hacerlo por convicción, no te pagan.

Es la pesadilla ad honorem o no remunerada.

Pocas cosas tan difíciles en el proceso de realización de una película como trabajar con alguien que hace las cosas sin convicción, por salir del paso, porque ya ha cobrado, por puro compromiso, por cumplir la pauta. A veces, incluso, hay que lidiar con alguien o con muchos a quienes no sólo no les gusta lo que están haciendo, sino que realmente lo odian y hasta hacen lo imposible por no hacerlo. De esas situaciones, ten la seguridad de que no saldrá nada bueno. Ni siquiera honesto. Menos aún verdadero.

Y por mucho que uno trate de impostarlo, siempre la verdad y las intenciones de ocultarla se harán evidentes. Porque como dice Robert McKee en algún lugar de su manual sobre dramaturgia: en ese recuadro donde se proyecta la película, no hay lugar dónde esconderse.

(Ya sé que citar dos veces seguidas a Vigalondo es como mucho, pero es que la frase se las trae…)

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