Hace un par de días, la agencia Associated Press reseñaba cómo en una rueda de prensa, un reportero le preguntó a Michael Douglas si seguía creyendo que la codicia era buena, a propósito de la crisis que atraviesa Wall Street.
En realidad, el reportero se dirigió a Douglas llamándolo “Gordon”, en referencia al personaje de Gordon Gekko que el actor encarnara en Oliver Stone. Douglas, quien ganó el Oscar por aquel papel, aclaró que el no se llamaba Gordon. Que ese era el nombre de un personaje que había interpretado 20 años atrás.
El periodista se refería también al célebre discurso sobre la codicia que el personaje hace en una de las escenas más recordadas del filme. La de la reunión de accionistas de la empresa Teldar Paper.
El tema es, damas y caballeros, que la codicia, por falta de una palabra mejor, es buena. La codicia es correcta. La codicia funciona. La codicia aclara, se abre camino y capta la esencia del espíritu de la evolución. La codicia por la vida, por el dinero, por el amor, por el conocimiento ha marcado el avance de la humanidad. Y la codicia, recuerden mis palabras, no sólo salvará a Teldar Paper, sino a esa otra corporación que no funciona, los Estados Unidos. Muchas gracias.
Hace poco más de una semana, la codicia de los Gordon Gekko de carne y hueso del Wall Street de ladrillos y cemento, llevó a la quiebra a las más importantes y sólidas instituciones financieras estadounidenses. Hizo colapsar el mercado de valores. Y ha puesto en serio peligro la economía la de principal potencia del mundo.
Negación Colectiva
¿Qué sucedió? Básicamente, un caso negación colectiva. Dicen que el funcionamiento de la economía es una cuestión de fe. Creemos que los mecanismos funcionan y confiamos ciegamente en las personas en cuyas manos depositamos nuestro dinero. Finalmente, creemos en el valor de las cosas, en el valor del dinero, de nuestros bienes.
Pero a veces pasa que la fe nos engaña y nos hace pensar que nuestros bienes valen mucho más de lo que creemos. A principios de esta década, aprovechando las bajas tasas de interés, las instituciones financieras otorgaron miles de créditos sin garantías sólidas. O que, en su momento, parecían lo suficientemente sólidas para respaldar el crédito. Como las viviendas, por ejemplo. El público hipotecó sus bienes creyendo que valían mucho más que la cantidad de dinero que recibirían en préstamo. El banco también lo creía.
Poco después, el mercado de bienes raíces se vino abajo. Y la gente descubrió que debía pagar hipotecas que sobrepasan con creces el valor real de sus viviendas. ¿Por qué pagar una hipoteca de 400 mil dólares, si la ahora el valor del inmueble era de 100 mil?
Miles entregaron la llave de su vivienda al banco y no pagaron. El sistema hipotecario se encontró así inundado de bienes de los que sólo podrán desembarazarse admitiendo considerables pérdidas. Vendiéndolos muy por debajo del precio que pagaron.
Son los que ahora llaman bienes tóxicos o contaminados.
En la bolsa, los papeles de estas instituciones se vinieron abajo y arrastraron en su caída al sistema financiero completo. De la noche a la mañana, los Estados Unidos se encontraron con una banca de inversión en quiebra. Tan en quiebra como la confianza de los ciudadanos en las instituciones financieras.
Mínima intervención del Estado
Todo esto pudo suceder gracias a las políticas neoliberales de la administración Bush, que abogan por el relajamiento de los controles de vigilancia de las instituciones financieras y la mínima intervención estatal en la actividad privada. No había nadie vigilando cuando el sistema se vino abajo.
El plan de rescate del sistema financiero urdido por el secretario del Tesoro, Henry Paulson, un ex alto ejecutivo de la banca de inversión Goldman Sachs, y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, académico que ha pasado buena parte de su carrera estudiando la Gran Depresión de los 30, requiere de algo que un neoliberal que se respete, por principio, rechazaría: la intervención del gobierno en los asuntos pr¡vados.
Concretamente, la intervención en forma de una ayudad económica que asciende a los 700 millardos de dólares, dos veces el costo estimado de la guerra de Irak. No obstante, cuando se suman todas las ayudas ya otorgadas y otros costos, el monto total alcanza a los 1.200 millardos de dólares.
El dinero se destinará, principalmente, a la adquisición por parte del gobierno de los bienes tóxicos. Lo que es, en la práctica, una suerte de nacionalización. A los contribuyentes, no les hace la menor gracia que el gobierno use los dineros públicos en salvar instituciones manejadas de forma tan irresponsable. Los demócratas exigen que no se use parte de estos recursos en cancelar las obscenas compensaciones de los altos ejecutivos de los bancos. Y una estrecha supervisión del manejo de las ayudas.
Ayer, un ala radical republicana se opuso al plan por considerarlo intervencionista y sus representantes presentaron un plan alternativo. Al parecer, el candidado republicano John McCain estaría de acuerdo con esta opción, a pesar de que Paulson, el secretario del tesoro, que si su plan no se aprueba, “que el cielo nos asista”. Los demócratas, por su parte, acusan a los republicanos de bloquear el acuerdo, mientras su candidato, Barack Obama, se dispara en las encuestas.
En los Estados unidos, la gente está furiosa. ¿Han visto cómo el presentador de la sección financiera de CNN en Español da rienda suelta a su sarcasmo al hablar de la crisis estos últimos días? El diario El País de España reportaba días atrás como F*ck them (“que se jodan”) era el insulto más usado por los consultados a la hora de referirse a los banqueros.
En el mismo diario, un usuario comenta el día de hoy:
Primero: perjuicio económico directo y concreto a los accionistas (ámbito del derecho civil); segundo: perjuicio a los trabajadores despedidos tras quiebra o plan de reflote (ámbito del derecho laboral); tercero: perjuicio indirecto por estafa a contribuyentes del país (ámbito del derecho penal); cuarto: perjuicio indirecto y difuso de miseria internacional con consecuencia de muerte masiva (ámbito del derecho penal internacional). Y a lo único que se enfrentan los culpables es a un despido, – blindado hasta con cientos de millones -, y, tal vez, tal vez, alguna sanción administrativa o inhabilitación temporal. ¿Capitalismo? Vale. Quien no sepa, que pague con la cárcel; se le paga o puede ganar en proporción a ese riesgo. Seguro que habría menos desgraciados jugando con el dinero de todos.
Repercusiones en el cine
A la hora en que escribo esto, los acontecimientos se suceden vertiginosamente, como en una novela de Tom Clancy. Los legisladores siguen negociando frenéticamente para llegar a un acuerdo que satisfaga a las partes involucradas. Mientras, los principales índices bursátiles del mundo descienden en barrena.
Las repercusiones de esta crisis sobre la economía global son de pronóstico reservado. Acaso sea pronto para decir qué consecuencias acarreará para el Hollywood actual, dependiente en buena medida de los fondos de Wall Street.
Según Time, es probable que los inversionistas pidan a los estudios una reducción de sus tarifas de distribución. Un más disciplinado mercadeo de las películas. Y, lo más importante, que no se guarden para ellos solitos las cintas de mayor éxito, a cambio de financiamiento.
De acuerdo con la publicación, es común que los estudios busquen financiamiento externo para sus producciones más riesgosas, mientras que financian con dinero propio éxitos seguros como la franquicia de Spiderman o Harry Potter. Añade el artículo de Time, también es posible que haya menos estrenos.
Pero con seguridad veremos cómo son engavetados muchos proyectos. En vista de los últimos acontecimientos, quizás una continuación de Wall Street, la película no sea tan mala idea después de todo.
Lo que sí parece bastante probable es que esta crisis será al capitalismo de hoy, lo que la caída del muro de Berlín fue al llamado Socialismo Real, vulgarmente conocido como comunismo. No volverá a ser lo mismo que antes. Todos seremos muchos más escépticos cuando nos hablen de las bondades del liberalismo a ultranza.
A la final, la codicia, a falta de una palabra mejor, no fue tan buena como creímos: f*ck you, Gordon Gekko.