El chileno Raúl Ruiz quizás no necesite de presentación. Con sus más de 100 largometrajes realizados, es uno de los cineastas latinoamericanos más prolíficos. Es, además, uno de los realizadores más importantes del mundo: uno de los pocos a los que la pretigiosa revista Cahiers du Cinema le ha dedicado un número entero.
Ruiz es también un realizador que no se detiene ante dogmas y fórmulas; y no teme explorar lo inexplorado en el cine actual, tan conformista y convencional.
Recientemente, el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires ha homenajeado a Ruiz. Por tal motivo, el realizador residenciado en París desde la década de los 70, ha conversado con varios. De la entrevista que le concediera a una agencia de noticias, reproducimos a continuación algunos fragmentos.
Sobre el conjunto de su obra, Ruiz dice:
Los puentes se van volviendo más importantes que lo que conectan. Por ejemplo, siempre me ha gustado jugar con formas proyectadas, con sombras chinas. Así como un chico. Soy muy infantil para filmar. Y estas sombras chinas al principio eran eso, no más. Decorativas. Y poco a poco empezaron a adquirir una función hasta que se transformaron en una teoría. Y eso me ha pasado con muchas otras cosas. Invento un recurso. Y el recurso al final tiene un sentido.
No obstante, esto tiene su lado negativo:
Las películas casi por definición quedan inacabadas, porque se acaban en la próxima. O cuatro películas después.
Ruiz, quien también es profesor de cine, hace un balance de las nuevas generaciones de cineastas en formación. Para él, el saldo de la industrialización del cine, ese Santo Grial para tantas cinematografías emergentes, no ha sido del todo positivo:
Eso hace que las obras tengan que tener algo en común y parecerse, y los alumnos aprenden una técnica de fabricación, pero se les olvida la creación como locura, como escalofrío.
Además, para él, la influencia de la publicidad en el lenguaje cinematográfico de las nuevas generaciones ha sido nociva, lo que se nota en películas planas.
La gente tiende a focalizar y se aburre rápido, porque no hay información lateral, no hay situaciones suplementarias y por lo tanto no hay polisemia o polifonía. Las imágenes quieren decir una sola cosa. Eso está tomado de la publicidad.
Buena parte de la voluminosa obra Ruiz está constituida por cine no narrativo. Esta otra entrevista explica que es posible hacer una película sin argumento.
Finalmente, sobre el cine digital, dice:
Yo preferiría seguir trabajando en cine, porque toda mi vida he hecho cine. Pero ya no hay películas que no se hagan en digital. Es inevitable el digital. El mundo va a estar lleno de salas digitales. Se va a proyectar por satélite. Ya pasa en Canadá, que hay un solo empleado en la sala. Abre la puerta, cobra los boletos, vende caramelos y bebidas, aprieta un botón y empieza la película. Después la gente se va y cierra.
Pero los problemas que plantea el digital son lo que, según Ruiz, lo hace más interesante.
Vuelve casi imposible el primer plano, porque se ven los poros, el maquillaje, cosas que a mí no me chocan, pero que extrañan. De repente tres primeros planos de la misma persona parecen tres personas distintas. La fotogenia, o sea aquello que hace distinguible a un personaje, hace implosión. Hay demasiada información. Es mejor usar planos de conjunto. Eso hace que haya que inventar un nuevo tipo de puesta en escena y que todos los elementos que están a la vista converjan o diverjan y jueguen entre ellos entre convergencia o divergencia. Y ese es un problema completamente nuevo.