Katyn de Andrzej Wajda arranca con una situación que sintetiza de manera perfecta el drama de la Polonia de comienzos de la guerra: en un estrecho puente se atascan dos multitudinarios ríos humanos que huyen en direcciones opuestas.
Los primeros vienen del Oeste y huyen de los nazis. Los segundos, del Este y vienen escapando de los soviéticos.
Katyn, la masacre olvidada
El 1 de septiembre de 1939, las tropas alemanas entraron en Polonia. La invasión fue el detonante de la II Guerra Mundial. Pocos días después, el 17, el ejército rojo invadió el territorio polaco por el este, sembrando el caos en la resistencia y precipitando la caída del gobierno.
Ambas acciones bélicas, ejecutadas por dos naciones enemigas entre sí, contra una tercera, eran consecuencia del pacto secreto de no agresión que alemanes y soviéticos había firmado una semana antes de la guerra, el 23 de agosto del 39. Conocido posteriormente como el Pacto Ribbentrop-Mólotov, el acuerdo incluía cláusulas sobre la repartición de Europa entre ambos países, una vez concluida la guerra.
Durante la invasión y la posterior ocupación, miles de ciudadanos polacos fueron capturados y hecho prisioneros. Oficiales del ejército, intelectuales, profesores universitarios, científicos, médicos, policías y reservistas fueron recluidos en los campos de Ostashkov, Kozielsk y Starobielsk.
Cerca de 6 meses después, en la primavera de 1940, los miembros del politburó soviético, por sugerencia de Beria, firmaron la orden de ejecución de todos aquellos prisioneros…
Soviéticos y Nazis, unidos por la masacre
En complicidad con los nazis, las fuerzas de inteligencia soviéticas ejecutarían a continuación a cerca de 22 mil prisioneros polacos. Los recluidos en el campo de Kozielsk fueron ejecutados y enterrados en fosas comunes en el aledaño bosque de Katyn. En 1941, el ataque de Alemania a la Unión Soviética puso fin al oprobioso pacto de no agresión entre ambas naciones. Dos años después, los alemanes descubrieron las fosas comunes y comenzaron a usar la masacre de Katyn con fines propagandísticos. Los soviéticos difundieron su propia versión sobre el exterminio. Ahora, los antiguos aliados, devenidos enemigos acérrimos otra vez, se acusaban mutuamente de ser los autores de la barbarie.
Después de la guerra y durante la Guerra Fría, la Unión Soviética sostuvo la mentira sobre la autoría de la masacre y en la Polonia tras la Cortina de Hierro, el tema se convirtió en tabú. No sería sino hasta 1990, durante la glasnost (deshielo o apertura) propiciada por el reformista Mijail Gorbachov, que la URSS reconocería su responsabilidad sobre el exterminio masivo.
En Katyn fue ajusticiado un capitán de Caballería, padre de quien habría de ser uno de los más grandes directores vivos: Andrzej Wajda. Polaco, luchador de la resistencia a sus 16 años, insigne intelectual, opositor a la dictadura pro-soviética y autor de una soberbia filmografía; para Wajda era pues una cuestión personal contar la historia de la masacre en el bosque.
Y hace dos años estrenó la magnífica e impresionante Katyn, crónica definitiva de la matanza.
Yo quería relatar una historia sobre algo que experimenté, sobre mi padre y mi madre. Todo ocurrió en una época que recuerdo aún: tenía 13 años cuando comenzó la guerra.
Katyn de Andrzej Wajda
En su mayor parte, la acción se desarrolla sin estridencias ni excesos dramáticos, centrada básicamente en la cotidianidad de los detenidos y la contenida desesperación de las esposas de los prisioneros, siempre a la espera de noticias sobre la suerte de sus cónyuges.
En principio, el film debía mostrar el crimen y la mentira. El crimen: que incluso mi padre fue asesinado allí. La mentira: mi madre fue una de las damas que constantemente trataba de encontrar información, se la pasaba escribiendo a la Cruz Roja en Suiza, aferrada a la esperanza de que regresara de la guerra.
Pero la extraña contención emocional de buena parte del desarrollo de la trama estalla en los 20 minutos finales, en un tercer acto tan intenso que resulta difícil de ver y sencillamente imposible de olvidar.
A comienzos de su carrera, Wadja realizó Kanal, una de las más curiosas cintas sobre la II Segunda Guerra Mundial. Contaba, con asfixiante claustrobia, la historia de un grupo de rebeldes que, en los días finales del levantamiento de Varsovia contra los nazis, deben escapar del asedio alemán a través del laberíntico sistema de cloacas de la ciudad.
Ahora, al final de su carrera, Wadja nos deja un filme tan intenso como aquel y que, de alguna manera, cierra el ciclo. Él ha dicho que, a sus 84 años –aunque en plena forma-, Katyn acaso sea su último filme. Esperemos que no sea así.