Vi Mostra de São Paulo y, por poco, no me salí de la sala. La Vida Loca de Christian Poveda no es un film violento. No se ven armas, ni hay escenas de acción. Pero el desfile de muertes reales que presenta, registradas con el mismo tono descarnado de objetividad empleado por los noticieros, me pertubó profundamente.
Me da la impresión de que no fui el único, a juzgar por la exclamación colectiva que se escuchó en la sala en el desenlace del documental. Creo que ha sido una de las experiencias más estremecedoras que he vivido en una sala de cine.
Y el documental de Poveda gira en torno a la muerte y sus ritos, a pesar de ser de alguna manera, una celebración de la vida. La historia comienza con un funeral. Y sigue, hacia delante, ominosamente, con más muertes. Cuando ruedan los créditos, a uno le queda la vaga certidumbre de que la muerte de Poveda, a manos de algún personaje de su película, es una suerte de epílogo. Un trágico, irónico, terrible epílogo.
La película cuenta, en un estilo de cinema verité, la vida (y la muerte) de varios integrantes de la Pandilla 18, o Barrio 18, en San Salvador. La MS13, o Mara Salvatrucha 13, nació en un barrio bajo de Los Ángeles —en la calle 13.
Su diseminación a lo largo de Centroamérica se originó cuando, una vez finalizada la guerra civil de El Salvador, muchos pandilleros fueron deportados de los Estados Unidos a su lugar de origen. La estructura horizontal de la pandilla, organizada en células, favoreció su exportación y reproducción de El Salvador a los países vecinos. En un proceso similar al de los negocios franquiciados, como muchos estudios han señalado.
No obstante, nada de lo anterior parece en La Vida Loca. Poveda se concentra en el día a día de los mareros.
Y su enfoque devela que, más allá de los análisis y los estudios, en el fondo no se trata de otra cosa que de grupos de niños y jóvenes desarraigados, que han conseguido en la mara, lo que la marginación y la miseria les ha negado.
La vida loca y la muerte de Christian Poveda
Traigo todo lo anterior a colación porque la revista Gatopardo ha publicado un extenso reportaje que indaga en las razones y la autoría de la muerte de Poveda. A pesar de las investigaciones, tanto policiales como reporteriles, aún no se sabe a ciencia cierta qué sucedió y las razones exactas de la muerte de Poveda. Sólo se sabe que falta mucho por saberse.
El reportaje, sin embargo, de alguna manera ha venido a confirmar, lo que a la salida de la sala de cine no es más que una certidumbre. Cuando el autor del reportaje le preguntó a Poveda en alguna oportunidad, el porqué de su empeño en retratar ese mundo, esta fue su respuesta:
—Porque a mí me interesa el trabajo sobre la marginación social —dijo—. Y las maras son un ejemplo universal para demostrar los efectos que generan la marginación y las malas políticas sociales.
—¿Y qué tipo de relación mantienes con los personajes de tu documental?
—Estoy en contacto permanente con ellos. Ahora que salgamos de esta entrevista me voy a ir a ver a algunos. Tú no puedes estar dos años con gente a diario y no establecer una relación. Ellos son lo que son, yo no me involucro en sus cosas. Pero de ciertos personajes de mi película, claro, estoy siempre al tanto de si no les pasó algo o si los encarcelan, si siguen vivos… Ese tipo de cosas.
Christian Poveda abandonó su puesto de observador y se hizo uno de ellos. Para muchos mareros, su trabajo social adelantado a la par de su trabajo fotográfico y cinematográfico, representaba una esperanzadora opción de vida, una alternativa, una posible forma de escapar al destino violento que les esperaba. Pero al convertirse en uno de ellos, era probable que Poveda corriese la misma suerte de sus personajes.
Y al final, fue lo que sucedió: murió asesinado en septiembre del año pasado.