Lo que sigue es una cita de Trampa 22 (Catch 22) de y se refiere a uno de sus más desternillantes de sus personajes, el coronel Cargill, un pelirrojo violento y adulador que había sido gerente comercial antes de la guerra y cuya mayor virtud es su ineptitud infinita.
Era un hombre que a nadie sino a sí mismo debía su falta de éxito en la vida.
Según la novela, no existía peor gerente en el mundo de lo negocios. Pero era muy eficiente en su ineptitud y tenía fama de ser el mejor a la hora de quebrar una empresa de la forma más rápida y segura. Sus servicios eran muy solicitados por empresarios que necesitaban arruinar sus empresas para evadir los impuestos sobre las utilidades. Sus honorarios eran elevados porque, según decía el coronel, el fracaso era tan difícil de alcanzar como el éxito.
El coronel Cargill podía ufanarse de ser uno de los más exitosos fracasados del mundo.
Acerca del fracaso
Recordé a Cargill al leer el número de enero de la revista Wired. Está dedicado en su mayor parte al fracaso. O, para ser más precisos, a responder la inquietud sobre cómo fracasar con éxito. En varios artículos analiza casos de fracasos convertidos en rotundos éxitos y viceversa. Hay un largo reportaje dedicado a la distorsionada noción de fracaso de los científicos en su trabajo de investigación y experimentación.
Hay otro trabajo dedicado a un éxito que se convirtió en un fracaso interminable de más de una década y en un derroche de millones de dólares: el desarrollo de la continuación del exitoso juego de video de mediados de los 90, Duke Nukem. Otro artículo está dedicado a una idea que fue percibida como un fracaso en su momento, pero que con el correr de los años ha revelado su verdadera dimensión: el cloud computing de Oracle.
El fracaso como germen del éxito
Además, algunos famosos cuentan cómo enfrentaron sus fracasos para convertirlos en experiencias exitosas. Alec Baldwin cuenta cómo, de fracaso en fracaso, ha podido labrar una carrera actoral exitosa. Terry Gillian, por su parte, cuenta su mayor fracaso (no, no fue su Quijote), sino un fracasado montaje teatral en su adolescencia, en un campamento infantil.
Fue una de esas veces en la que mi ambición sobrepasa mis aptitudes de organización… Esa es probablemente la cosa que más me ha producido pesadillas en mi vida. Aquel fracaso fue tan doloroso, tan vergonzante, tan impactante, que me dejó las únicas cicatrices reales que llevo en mi interior. Creo que es la razón que me hace asumir los proyectos hoy en día de una forma tan tonta., porque no quiero sentir eso que sentí en esa oportunidad. Sigo en los proyectos hasta que la cosa completa se viene abajo. Pero al menos, esta vez no será por mi culpa.
Tanto el éxito son una mezcla de distintos factores. A veces es una cuestión de oportunidad y circunstancia. Trampa 22 se convirtió en un best seller una década después de su publicación. Tuvo que estallar otra guerra, la del Vietnam, para que la novela cuya trama antibélica transcurre en la II Guerra Mundial, se vendiera como pan caliente. Y Hollywood la adaptara.
Perfección, esa enemiga del hacer
Otras veces, como en el caso de Terry Gilliam, el fracaso se deriva de una ambición excesiva. O quizás, de la obsesión por la perfección, como sucedió con el desarrollo de Duke Nukem. Hay gente que, en su ánimo perfeccionista, nunca termina sus obras. A veces, ni siquiera las comienza. Y, si algún día concluyen, resulta un fracaso sencillamente porque ya han dejado atrás su oportunidad.
Michael Douglas interpreta en Wonder Boys, a un escritor y profesor universitario que se refugia en la reescritura interminable de una novela para escapar de su desastroza situación personal. Muchas veces, el perfeccionamiento termina convirtiéndose en un fin en sí mismo. Como el coronel Aureliano Buendía y sus peces de oro.
Miedo al éxito
De vez en cuando, el miedo al fracaso se convierte en el camino más expedito hacia, precisamente, el fracaso. Le suele pasar a los hípercríticos de la obra ajena que, aterrados ante la posibilidad de que la suya sea criticada con igual saña, nunca llegan a producir nada.
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Es lo que parece haberle sucedido a J.D Salinger después de The Catcher in the Rye, cuyo éxito lo lanzó a una vida de reclusión, silencio y anonimato. O a Orson Welles, quien nunca pudo repetir el éxito artístico de Citizen Kane. Hay artistas que, lo sabemos, no harán una segunda obra después por culpa del éxito de su primera. Shane Black, el guionista de Lethal Weapon hizo millones a los 26 años. Sólo 10 años después pudo recuperarse del shock y volver a escribir.
El juego continúa
En el mundo del cine, donde todo es relativo y cuestión de gustos, incluso las mismas nociones de éxito y fracaso, se corre aún más el peligro de la parálisis creativa. Ya está visto que, como el coronel Cargill, uno puede ser exitoso incluso siendo un fracasado. Como dice Baldwin, lo importante es seguir jugando. Por eso acaso lo más importante sea avanzar, avanzar y nunca retroceder ni detenerse. Como le pasa a los tiburones, la obra que se detiene, se hunde. Se muere.