Hace poco, en México, un importante crítico argentino me recordaba un viejo chiste sobre nuestro cine, que yo no escuchaba desde mis días de escuela:
Hay cine bueno, cine malo y cine venezolano.
Agregaba el crítico que el último cine venezolano que había visto le reforzaba su imagen de “un cine autista, que no dialogaba con las audiencias, mucho menos las internacionales, y que se agotaba en una suerte de tropicalismo”.
Creo que el triunfo de Hermano en el festival de Moscú podría comenzar a cambiar esa percepción y por fin volver obsoleto aquel viejo chiste. No obstante, tengo la impresión de que aún no se aprecia en su justa dimensión la trascendencia que tiene para nuestro cine lo que sucedió el pasado sábado en el más importante festival de Rusia. Quizás porque la noticia llegó en un fin de semana de octavos de final.
Son pocas las películas que, en la historia del cine venezolano, han logrado distinciones de tal envergadura en festivales internacionales: Araya, de Margot Benacerraf, que compartiera el Premio de la Crítica en Cannes con Hiroshima, Mon Amour de Alain Resnais, en 1959; y Oriana, de Fina Torres, ganadora de la Cámara de Oro, en el mismo festival de Cannes en 1985.
Ha habido otros premios en festivales internacionales clase A pero para categorías diferentes a la de mejor película. La Balandra Isabel llegó esta tarde (Carlos Hugo Christensen) ganó en 1951 el premio a la mejor fotografía en Cannes. O Sicario, de José Ramón Novoa, que ganó los premios al mejor director y a la mejor actriz secundaria en el Festival de Tokio en 1985.
Pero ¿por qué son importantes para el cine venezolano los premios de Hermano en Moscú?
Sin riesgo a exagerar, puede decirse que son importantes porque constituyen un primer paso en pos de la internacionalización de nuestro cine. Aunque salvando las distancias entre la Berlinale y Moscú (que no son tan grades, dicho sea de paso); el triunfo de Hermano en la capital rusa revista la misma importancia para nuestro cine que la que tuvo para el cine peruano; el triunfo de La Teta Asustada (Claudia Llosa) en Berlín. Puede que aquí en adelante y en los próximos cinco años, quizás no haya festival internacional que no quiera incluir al menos una cinta venezolana en su selección.
Y, como en el caso de La Teta Asustada, los tres premios en Moscú, hacen de Hermano nuestra mejor apuesta para el premio Oscar del próximo año. A menos, claro está, que otra cinta nacional arrase de esa manera en algún otro festival internacional clase A. De las estrenadas este año, tan sólo Des-Autorizados, de Elia K. Schneider podría plantearle algún tipo de competencia, habida cuenta de su participación en el festival de Shangai, también clase A. No obstante, la postulación al Oscar por Venezuela de la cinta de Schneider luce improbable después de que su participación en el evento no arrojara resultados.
Lo cierto es que comienza a notarse el cambio generacional en nuestro cine. En los últimos años, la emergencia de una nueva generación ha conducido nuestra cinematografía hacia territorios temáticos y dramáticos no explorados. Las audiencias han respondido de forma activa y crítica. La producción se ha hecho constante y diversa, son raros los cineastas que antes tardaban cinco, siete y hasta diez años en rodar y terminar sus películas. Nuestro cine comienza a profesionalizarse. Esperemos que también sea el principio del fin de las nociones que manejaba aquel crítico de cine argentino.
El próximo 2 de julio, Hermano se enfrentará a las audiencias venezolanas. El hecho de que su trama gire en torno al fútbol y la coincidencia del Mundial, más los premios, parecen augurarle una buena corrida en las taquillas nacionales.
Hermano | Teaser “La Canchita”
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