¿Y cuál es entonces la relación entre cine venezolano y redes sociales? Desde que escribí y publiqué ayer la primera parte de este artículo —un poco atropellado y desorganizado, despelucado, ustedes disculpen, pero es que a veces me gusta usar el blog como si fuera bloc de notas— sucedieron un par de cosas muy interesantes. O acaso una sola, no sé. Quizás, se trata de dos eventos aparentemente inconexos que obedecen al mismo principio. Al principio de la sincronicidad de Jung.
¿Que qué pasó?
Bueno, para empezar, después de redactar el artículo fui a la página de la BBC porque me interesaba leer y reseñar una nota sobre el narco cine en México. Y allí en El nuevo estudio se parece al que reseñamos en abril pasado, sólo que en vez de usar los datos de Twitter para predecir el posible desempeño de un film en taquilla, usa los datos de buscadores de Internet. Y, como yo pude observar más o menos empíricamente en este blog, efectivamente existe una relación entre cine, internet y redes sociales, aunque no estoy seguro de qué cosa determina a la otra. Creo además que el cine venezolano no es la excepción.
El segundo ejemplo de sincronicidad vino de la mano de Inti Acevedo. A Inti, editor de Nokia Talk, donde por fin nos conocimos personalmente, habíamos comentado someramente la forma en la que algunos realizadores venezolanos estaban usando sin complejos las redes sociales para promover sus películas. Ahora compruebo que tanto a él como a mí el tema se nos quedó clavado en algún rincón oscuro del subconsciente y esta semana afloró.
Hoy, Inti ha tomado el testigo cual corredor de relevo y publicó en Alt1040, un excelente artículo en el que analiza muchos de los aspectos que yo pensaba tocar en esta entrega (eso me pasa por dejar para hoy lo que debí escribir ayer). Ahora, que me ha ahorrado algo de trabajo, no me queda más que recomendar ampliamente la lectura de su post y yo puedo ir directamente al grano.
Los cambios en el cine venezolano
En su artículo, Inti comenta cómo hasta mediados de esta década, el monopolio de la opinión pública estuvo concentrado en pocos medios de difusión masiva. Hasta la irrupción de la Web 2.0. Casual o causalmente, esto coincidió con un cambio importante en nuestro cine.
Fue la suma de pequeños detalles. Primero, el principal ente financiero del cine en Venezuela, el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) puso límites al proceso de realización de un film. Toda película financiada por el instituto debía terminarse en el plazo de un año (o poco más, con causas justificadas).
En los años noventa y a comienzos de esta década, la producción de una película podía perpetuarse lo que parece una eternidad. Hubo y hay incluso películas que superan la década, estancadas en su proceso de postproducción, sin motivo aparente.
Yo sospecho que la razón es económica: resultaba más rentable no terminar la película que estrenarla, pero eso es materia para un nuevo post. El resultado de la nueva política del CNAC, fue una mayor presencia de cine venezolano en nuestras pantallas. Hoy, por ejemplo, se está exhibiendo la bicoca de cinco cintas criollas y está a punto de estrenarse una sexta.
Luego, a mediados de década, el mismo instituto equilibró la relación entre el financiamiento de óperas primas y películas de veteranos, lo que propició la emergencia de una nueva generación de realizadores. Antes, apenas se financiaba una ópera prima por cada cuatro películas de veteranos. Los nuevos cineastas, con mayor o menor fortuna, están renovando nuestro lenguaje cinematográfico y expandiendo el horizonte temático y estético de nuestro cine.
Finalmente, en 2007, se creó la Villa del Cine, una poderosa productora estatal que comenzó a filmar y estrenar película tras película, contribuyendo así a mantener una presencia sostenida del cine criollo en nuestras pantallas.
De modo pues que cuando llegaron las redes sociales, el cine venezolano ya estaba allí.
Cine venezolano y redes sociales, simbiosis productiva
Aunque aún seriamente lesionado por su leyenda negra (un cine de putas, policías y malandros que se oye mal). O, peor aún, como en el caso de las películas de la Villa del Cine o de Secuestro Express, de Jonathan Jakubowicz, la cinta venezolana más exitosa de la década, por un nuevo fenómeno: la polarización política. A pesar de la Web 2.0 y de la explosión de los blogs de cine.
No es pues exclusivamente la emergencia de la Web 2.0 lo que revirtió las tendencias de opinión pública negativas sobre nuestro cine, sino la llegada de un nuevo tipo de red social basada en la personalidad virtual, en la transparencia, la honestidad y en la comunicación directa, sin intermediarios.
A pesar de su sencillez, el uso de los blogs seguía siendo complicado para la gran mayoría de los internautas. El blog demanda además, tiempo y esfuerzo no remunerado (al menos, no de la manera tradicional) para mantenerse a flote. Como los tiburones, blog que se detiene, se hunde. Y en lo que al cine venezolano se refería, de alguna manera, el bloguero seguían siendo intermediaris entre las películas y su público. Por muy personal que sea la bitácora, reproduce la relación vertical de emisor-receptor (aunque en este caso, los receptores podían replicar y cuestionar al emisor. Y vaya si lo han hecho). Existe algún componente impersonal en esa relación.
Facebook y Twitter, en cambio, se basan en la construcción de una personalidad virtual y de relaciones online, donde no tiene mucho sentido ni cabida el anonimato. La relación que se establece entre sus usuarios es horizontal y, la mayoría de las veces, recíproca. Su uso es extremadamente sencillo y, lo más importante, elimina todo tipo de intermediarios. De allí, el secreto de su éxito.
Era lógico que cineastas, artistas, productores, exhibidores, críticos y distribuidores miraran como sumo interés el fenómeno. Ahora podían establecer con su público una comunicación franca y abierta, directa, personal. Ya no dependen exclusivamente de un gran medio o de un bloguero, para promocionar sus cintas o discutirlas con los espectadores. Podían ahorrarse el inmenso trabajo de llevar un blog. Ahora hablan directamente con su público, con la confianzuda actitud del “negocio atendido por su propio dueño”.
El crítico, incluso, ha descendido de su pedestal, para convertirse en el pana, el amigo experto en un tema que conversa con sus otros panas. Nada más hay que ver el caso del jocosamente llamado “experimento fallido” de Sergio Monsalve, quien cada semana publica en su perfil de Facebook, un video con sus observaciones sobre las películas en cartelera.
En una red social basada en la transparencia, en la identidad virtual y las relaciones, hay poco lugar para el prejuicio, para la leyenda negra sobre nuestro cine y para la polarización política. Al menos, no sin un buen debate, sin una buena pelea virtual. En esos casos, muchas veces sucede como con aquel pesado que nos caía pésimo hasta que le conocimos y descubrimos otra persona.
Los espectadores, progresivamente, descubrieron que el cine venezolano acaso no era tal y como lo pintaban. Que algunas veces es mejor y hasta más simpático; y que otras no. Que a veces puede ser peor. Pero, en uno u otro sentido, la experiencia sigue siendo personal y directa.
Finalmente, la cita que siempre cito. Y que ahora se hace tremendamente pertinente por esta nueva relación entre el cine venezolano y las redes sociales.
Hace 40 años, el realizador francés François Truffaut profetizó que las películas del futuro serían tan íntimas como un diario, como una confesión o una autobiografía y que su número de espectadores sería proporcional a la cantidad de amigos del realizador. Ya saben por dónde voy… Hoy, las nuevas tecnologías digitales ciertamente nos permiten hacer películas tan íntimas como si fueran nuestro diario, en video de alta definición y sonido envolvente. Y esas películas tienen hoy tanto público como amigos tenemos en nuestro perfil de Facebook, seguidores en Twitter y subscritores en nuestro blog.