Quizás el de hoy sea uno de los aniversarios más significativos en la historia reciente del cine venezolano. Puede que debamos marcar este día en nuestro calendarios para recordar la muerte (o al menos, el comienzo del fin) del prejuicio de nuestro público hacia su cine. A primera vista, da la impresión de que los venezolanos, por fin, han decidido darle una nueva oportunidad a sus cineastas y a sus obras. Durante el 2010, el público acudió a las salas a ver las películas y regresó a las redes a recomendarlas (o no) y discutirlas. Entre tanto, los festivales internacionales empiezan a mirar con renovado interés nuestra cinematografía.
Estamos en presencia del resultado de un proceso que se inició a mediados de la década pasada.
- La exhibición obligatoria de películas venezolanas al menos por dos semanas en las salas comerciales del país, una disposición contenida en la Ley de Cine, contribuyó a la presencia y coexistencia de nuestro cine junto al al cine internacional. La constitución de Amazonia Films, distribuidora estatal de cine, no sólo ha reforzado esa presencia sino que paulatinamente también ha venido diversificando la oferta de cine en exhibición, junto con la creación de la red de salas comunitarias y las cinematecas regionales, en manos de la Cinemateca Nacional.
- La presencia del cine venezolano en las salas se vio reforzada con la decisión del CNAC (Centro Autónomo de Cinematografía Nacional) de imponer un plazo para la terminación y estreno de las películas que financia. El proceso de producción de una película venezolana se redujo drásticamente y hubo más obras para exhibir. A menos que se presenten serios problemas en la producción, hoy es raro que una película tarde años en terminarse y estrenarse. Antes podía pasar, tranquilamente, una década en postproducción.
- Entre tanto, otra disposición de la Ley de Cine obliga a los exhibidores a aportar el 5 por ciento de cada entrada vendida a Fundación Villa del Cine también ha servido de catapulta para nuevos talentos y ha contribuido a la multiplicación de nuestra producción.
- Hasta hace tan poco como un lustro, en el CNAC financiaba una ópera prima por cada cuatro películas de realizadores veteranos. A mediados de década, la proporción se equilibró hasta llegar a cerca del 1×1 que en alguna ocasión propusimos en estas mismas páginas. Nuevos realizadores exploran ahora territorios inéditos en nuestro. Otros, se internan en terreno conocido, aunque con inéditas miradas y enfoques.
- Nuestra cinematografía se encuentra en pleno proceso de renovación. La generación emergente de cineastas parece caracterizarse por su necesidad de hacer una carrera en el mundo del cine, de desarrollar una obra, de no conformarse con filmar una película esporádicamente. Parecen estar consciente de que no es suficiente filmar una película cada siete años y dedicarse, mientras tanto, a otras labores. En su empeño cuentan con la revolución digital de aliado.
- Ha sido una década convulsa para el cine mundial, y ciertamente el cine venezolano no ha sido inmune a los dramáticos cambios que ha experimentado la industria. El abaratamiento de las herramientas ha sido el catalizador de la revolución digital, de las democratización de los medios de producción. En los últimos años, los cineastas venezolanos han sabido cómo sacarle provecho a los avances tecnológicos. Ya pocos espectadores pueden decir que nuestras películas se ven mal, se oyen mal. Desaparece el amateurismo. Así mismo, paulatinamente, nuestros cineastas adquieren conciencia de que no siempre necesitan recurrir al financiamiento oficial para realizar sus películas.
- Tímidamente, empieza a perfilarse un cine independiente que lo mismo se hace en nuestros barrios, en nuestras favelas, que en los estudios de grandes productoras. ¿Su denominador común? El video digital, preferiblemente, de alta definición.
- Pero la relación de nuestros creadores con la revolución tecnológica no se agota en el proceso de realización de una película. El años pasado fuimos testigos de la explosión del cine venezolano en las redes sociales. Facebook, Twitter, Youtube, blogs y redes sociales afines, se erigieron en las herramientas primordiales para la promoción y mercadeo de las películas venezolanas. Distribuidores, exhibidores y cineastas decidieron saltarse filtros y establecer una relación directa y franca con su público. Ha sido el comienzo del fin del prejuicio contra el cine venezolano. Tópicos como “el cine venezolano son sólo putas, policías y malandros”, “los personajes son vulgares y dicen muchas groserías”, “si es venezolana es mala” o “es buena, no parece venezolana” se extinguen poco a poco.
- Paradójicamente, este acercamiento a las redes sociales también ha provocado el resurgimiento de la crítica y la discusión sobre el cine venezolano. Pero ya no desde la óptica del crítico encumbrado como experto que critica el fenómeno desde arriba, sino desde la mirada desde abajo del espectador activo, que sabe que su opinión sobre una obra cuenta y que acude a las redes a discutirla. Con las redes, se masificó la transparencia en el cine venezolano. Sí, ahora las redes han servido para promocionar nuestra películas. Pero al mismo tiempo, nuestro cine nunca antes había estado bajo tan intenso escrutinio.
- Pero la transparencia en el cine tampoco escapa a la polarización política que atraviesa Venezuela. Y quizás debido a su popularidad como arte, el cine venezolano ha estado en más de una oportunidad en el centro de la controversia. Polémicas como la que suscitó la cinta Secuestro Express, la creación de la Plataforma del Cine y Medios Audiovisuales, la creación de la Villa del Cine o el caso Glover, han contribuido ha reforzar la visibilidad de nuestro cine de cara al espectador.
Si bien hoy, cuando cumple 114 años de existencia, el cine venezolano vive un momento excepcional, aún tiene por delante un largo camino por recorrer hasta su completa consolidación. Aún falta mayor riesgo artístico, mayor experimentación. Producir no sólo el cine comercial, que busca su público, sino también ese otro cine no complaciente, arriesgado, inconformista. El cine que no busca agradar al público, sino plantear interrogantes, explorar más allá de las fronteras del gusto convencional y de las fórmulas aristotélicas. Ese otro cine que expande y subvierte las fronteras ideológicas, políticas, morales. El cine que interroga y cuestiona al hombre y su tiempo.
Acaso para ello necesitamos de mayor confrontación estética. Pero tal confrontación requiere de un espacio ideal. Y ese espacio es un festival de cine que nos muestre los caminos que recorre el cine contemporáneo, ese que no se exhibe en las salas comerciales. Puede este espacio sea el festival de Mérida. O acaso el de Margarita. O quizás un tercero. Lo que sí es definitivo es que requerimos de un evento que convoque lo más arriesgado, iconoclasta y experimental del cine internacional, que nos obligue a dialogar con otras cinematografías.
En la práctica, nuestro cine requiere de una mayor democratización gremial, un proceso que parece haber comenzado con la creación de nuevas asociaciones que agrupan a los cineastas emergentes, a los documentalistas, a los cortometrajistas e, incluso, a nuestro técnicos, como en el caso de la extraordinaria iniciativa de Abicine. Hay que crear asociaciones que agrupen a guionistas y directores, montadores y directores de fotografía. y que estas asociaciones tengan representación en las instancias de toma de decisiones sobre el rumbo de nuestro cine, de políticas cinematográficas y de estudios de proyectos.
Finalmente, nuestro creadores, sobre todo los emergentes, tiene el compromiso de llenar los espacios que la Ley de Cine destina al cortometraje en nuestras salas comerciales, para darle un impulso a uno de los formatos más libres y originales de la cinematografía, el propio terreno de la experimentación e iconoclastia. como el ejemplo entra por casa, ya yo estoy en eso.
Sí, es un largo camino el que tenemos por delante, pero vamos bien encaminados. La cosa es hacia adelante. Retroceder sería fatal.
Que tengan un feliz día del cine venezolano. ¡Salud!