Exit through the gift shop es un documental dirigido por Banksy sobre un curioso personaje llamado Thierry Guetta que hace un documental sobre… Banksy. La paradoja narrativa tiene además una función práctica: despistar cualquier sospecha acerca de la identidad del elusivo artista callejero. Y, acaso, arrojar más tierra sobre la controversia acerca de la veracidad de los hechos que narra.
Uno de los principales problemas narrativos de las películas del tipo “found footage” (pietaje encontrado: se refiere a rollos de películas, imágenes en video, encontradas al azar, que cuentan una historia extraordinaria y que juegan con los límites de la realidad y al ficción), como Cloverfield, The Blair Witch Project o REC, es la justificación de la realización de la imagen misma: ¿por qué el camarógrafo filmó lo que filmó? ¿Por qué no detuvo la cámara y se echó a correr como lo habría cualquier otro mortal al enfrentarse a un monstruo de 20 pisos? O, como en el caso de Exit… ¿Por qué razón Guetta dedicó al menos 10 años de su vida a registrar el trabajo de artistas callejeros que, casualmente, a la larga se convirtieron en estrellas?
Según el film, Guetta, supuesto primo del artista francés conocido como Space Invader, captura obsesivamente toda su vida y, en algún momento, decide realizar un documental sobre el arte callejero. Es allí cuando comienza la autorreferencia del documenta. Vemos un documental sobre Guetta haciendo un documental sobre Banksy y otros artistas callejeros. Pero no sabemos quién ha filmado, en primer lugar, el documental.
¿Existe realmente Guetta? Difícil saberlo. Y en en este sentido, es sorprendente la manera en que Exit… parece haber sido realizado siguiendo las pautas del célebre manifiesto de David Shields, Reality Hunger. No sólo por su áspera estética, más cercana al borrador que a la obra acabada, sino además por su ambigüedad sobre el problema de la realidad y la ficción en el arte. Y decimos que es sorprendente por la sencilla razón de que tanto el libro como la película salieron al mercado, con meses de diferencia, el mismo año.
Acaso sea esta ambigüedad lo que, justamente, haya llevado este documental directo al Oscar. Pero al mismo tiempo, el misterio sobre la identidad del autor obligó a los miembros de la Academia a tomar una decisión radical: no permitirle a Banksy subir a recoger su premio en caso de ganar. Los directivos de la academia temen entregarle el premio a la persona equivocada. O que luego aparezca alguien reclamando el premio como suyo. Como dice el director ejecutivo de la Academia, Bruce Davis:
La divertida, pero inquietante posibilidad que tendríamos es que, si el film gana, suban al escenario cinco tipos con máscaras de monos, todos gritando: “¡Yo soy Banksy!”… ¿A cuál de ellos le entregamos la estatuilla?
En fin, temen que el Oscar sea víctima de una de las jugarretas del misterioso artista: Banksy suele usar una máscara de simio para ocultar su identidad y se hizo célebre al infiltrarse en museos para colgar cuadros apócrifos, parodias. Además, es proverbial su postura crítica contra la comercialización del arte. De su arte, inclusive. ¿Se iba a salvar el Oscar de uno de sus corrosivos ataques?
Probablemente no.
Por eso, los organizadores decidieron cortar por lo sano y asegurarse de que sea uno de los productores quien recoja el premio. Y aseguran que Banksy lo recibirá posteriormente, pues ha firmado los documentos legales que le impiden transferir la estatuilla. Mientras tanto, el artista aprovecha su viaje a Los Ángeles por la ceremonia y se dedica, por estos días, a dejar su huella por toda la ciudad: