El cine, a lo largo de su historia, no ha hecho otra cosa que volver, una y otra vez, sobre el tema de la corrupción.
La corrupción del individuo por el dinero, por el poder, la fama e, incluso, por el amor. O la corrupción de todo un sistema político, económico o judicial. Sería imposible enumerar aquí todas las películas que tratan el tema, pues casi todas, de una forma u otra, lo hacen. En toda trama, siempre hay un personaje corrompido. O en vías de corromperse. Quizás la historia misma es la de un héroe que lucha contra las fuerzas de la corrupción. O contra la tentación de corromperse.
La corrupción según Scorsese y Stone
Hemos visto de todo: policías corruptos (o policías honestos que enfrentados a sistemas policiales corruptos, como en Oliver Stone y Martin Scorsese, a lo largo de su obra, han vuelto una y otra vez obsesivamente, sobre el tema. En Wall Street (1 y 2), Natural Born Killers, JFK, Pelotón o Un domingo cualquiera son retratos de la corrupción financiera, mediática, política, militar y hasta deportiva.
Scorsese, por su parte, ha creado tres obras ineludibles sobre el nacimiento, el auge y la caída de personajes enfrentados a su propia corrupción. Toro Salvaje, Goodfellas y Casino conforman una trilogía que reflexiona sobre las secuelas de la corrupción en el individuo, valiéndose de una idéntica estructura dramática apoyada en el tema de la redención. En las tres películas, tres personajes sucumben a la corrupción —por ambición, por amor fraternal y por amor a secas— cuando se les otorgan poderes y responsabilidades para las que no estaban preparados.
Cine documental, anomia corrupción
El cine documental tampoco ha sido ajeno a la temática, desde luego. La Corporación, de Mark Achbar y Jennifer Abbott, y Enron: The Smartest Guys in the Room, de Alex Gibney, examinan con precisión científica sistemas o asociaciones (en este caso, empresas) construidos sobre el concepto de la corrupción. Ambos documentales describen las relaciones humanas dentro de un contexto de anomia o de ausencia de reglas o leyes.
Y creo que vale la pena citar un buen trozo del artículo sobre la anomia en la Wikipedia:
La anomia es la falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad. Se supone que la anomia es un colapso de gobernabilidad por no poder controlar esta emergente situación de alienación experimentada por un individuo o una subcultura, hecho que provoca una situación desorganizada que resulta en un comportamiento no social. El término fue introducido por Émile Durkheim (La división del trabajo social y El suicidio) y Robert K. Merton (Teoría social y estructura social); este último formuló las leyes que, al incumplirse, conducían a la anomia:
Los fines culturales como deseos y esperanzas de los miembros de la sociedad.
Unas normas que determinen los medios que permitan a las gentes acceder a esos fines.
El reparto de estos medios.
La anomia es en este caso una disociación entre los objetivos culturales y el acceso de ciertos sectores a los medios necesarios. La relación entre los medios y los fines se debilitan. El concepto de anomia está vinculado a otros como el control social y la desviación. Pero la anomia se debe al actuar de un agente social manifiesto en ausencia de normas en relación con el éxito en un rol dentro del sistema.
La regulación moral correspondiente -codificada en normas sociales- queda obsoleta en la función de favorecer la solidaridad orgánica, por lo que se produce una desinstitucionalización por falta de los referidos valores normativos, en un abanico que va desde los usos y costumbres al extremo más grave de la falta de igualdad de oportunidades sociales para avanzar al siguiente escalón de nuevos bienes culturales, religiosos o societarios del progresivo estadio de desarrollo.
Anomia y corrupción
En un sistema —empresa, organización, institución o gremio— dominado por la anomia, la corrupción es el estado natural de las cosas. Y para alcanzar los objetivos, se utilizan métodos que fuera de ese sistema, serían legal y moralmente condenables. Extorsión, difamación, soborno, tráfico de influencias. Como bien lo demuestra Gibney en Enron, dentro de un sistema anómico, los personajes se encogen de hombros cuando se señalan los casos de corrupción. “¡Bah, eso no es nada!” La responsabilidad se diluye en el conjunto. “¡Pero si todos los hacen!”.
Las relaciones humanas son utilitarias y no hay lugar para la piedad (como en la escalofriante secuencia de los incendios). El edificio se sostiene gracias al silencio y desprestigio de la disidencia, a la red de complicidades, a la culpa compartida y al ejercicio del chantaje: “o te callas y te adaptas o no permitiremos que consigas tus objetivos, no cobrarás el bono, no obtendrás tus beneficios”.
Aunque no importa si te callas o te adaptas. Dentro de un sistema anómico se vive siempre en estado perpetuo de frustración. Nunca se alcanzan plenamente los objetivos. Nunca se cumplen las metas,. Siempre hay una promesa futura. Nunca es suficiente. Siempre se querrá más. Más poder. Dinero. Sexo. Fama.
Documentales, corrupción y alienación
Pero como también demuestran ambos documentales, la anomia conduce a la alienación. Los sistemas y los individuos que los integran, al aislarse del resto de la sociedad y sus normas, se creen intocables y se colocan al margen de la ley y de las normas sociales.
Un sistema erigido sobre la ausencia de normas sociales está condenado a colapsar bajo el peso de las complicidades.
Es entonces cuando el tinglado suele implosiona. Un sistema erigido sobre la ausencia de normas sociales está condenado a colapsar bajo el peso de las complicidades.
Y, como el posterior colapso de todo el sistema financiero estadounidense ha demostrado, basta un pequeño error de algún involucrado —usualmente, provocado por la imprudencia propia del alienado, del soberbio—, para que todo se venga abajo en un terrible efecto dominó. Ese colapso es materia prima de un documental más reciente, Inside Job, de Charles Ferguson, nominado al Oscar pero que aún no hemos visto.
La recompensa del héroe redimido
Por otra parte, el cine también nos ha enseñado que también existen recompensas para el héroe íntegro que se enfrenta a los sistemas atómicos. Para los disidentes que no callan. Los rebeldes que no se adaptan. Para quienes atraviesan el infierno de la corrupción. Puede que no sean recompensas tan gratificantes o deliciosas. Poder, fama, dinero. No son recompensas externas. O sociales. Sino internas. La redención.
Después de sufrir las consecuencias de denunciar la corrupción policial y de ser condecorado por su valentía, el oficial Frank Serpico, deja su trabajo y, con una bolsa como todo equipaje y un perro por toda compañía, deja la ciudad.
Al final de Toro Salvaje, Jake LaMotta luce la obesidad del que está en paz consigo mismo y ensaya frente al espejo una parodia del personaje que fue. En el epílogo de Casino, Sam ‘Ace’ Rothstein, saca cuentas en una pequeña calculadora en un oscuro garito de apuestas. Ha vuelto a ser él mismo y ha regresado al lugar en el que fue feliz y del que nunca debió salir.
En Goodfellas, justo antes de que Scorsese haga un extraño homenaje al final de El Gran Asalto al Tren de Porter, el protagonista, Henry Hill recoge su periódico en un anónimo suburbio. Ha perdido sus privilegios y es un don nadie.
Y esa es su recompensa: volver a ser fiel a sí mismo, recuperar la integridad como ser humano que alguna vez dejó corromper. Puede levantar la mirada y ver a los espectadores a la cara. Ha sido redimido.
Y esa es su recompensa.