El film cubano Boleto al Paraíso visita en un espantoso episodio de la historia cubana que muchos pensaron era leyenda urbana. El derrumbe del Bloque Socialista a finales de los años 80 y principios de los 90, hundió a la Revolución Cubana en su más terrible crisis económica. En 1993, los alimentos escaseaban en la isla, había largos apagones programados y prácticamente no existía combustible. En medio de la oscuridad de la noche, por las lúgubres y silenciosas calles habaneras, la población se desplazaba en bicicletas chinas, unos pesados armatostes que el gobierno había repartido entre los cubanos.
La prostitución, erradicada desde los primeros tiempos de la revolución, no tardó en reaparecer y la isla revivió sus días de destino para el turismo sexual. Con la prostitución, y con los combatientes que regresaban de la guerra de Angola, apareció una enfermedad hasta entonces casi desconocida en Cuba: el HIV. La respuesta de las autoridades revolucionarias fue encerrar a los contagiados en un sanatorio que, si mal no recuerdo, se llamaba (o se llama) Villa Los Cocos.
Allí se atendía a los pacientes, se les educaba, se les suministraban los medicamentos requeridos. Pero sólo podían salir de allí con un acompañante. La idea del gobierno era evitar a toda costa la difusión de la enfermedad.
En medio de la terrible crisis económica floreció la idea de que Villa Los Cocos era una especie de resort, donde los contagiados podían ver televisión por cable, disfrutar las tres comidas y de atenciones de todo tipo. La reputación de paraíso, de oasis en medio del desierto del Período Especial, creció particularmente entre los frikis, una tribu urbana de jóvenes metaleros, contraculturales, desarraigados, provenientes de hogares desmembrados.
Un poco para escapar de la miseria y de lo que pensaban era una existencia sin futuro, muchos frikis decidieron contagiarse de manera voluntaria, buscando se recluidos en Villa Los Cocos. Creían así poder ver televisión por cable y disfrutar de las comodidades del centro asistencias algún tiempo, hasta tanto se descubriera la cura de la enfermedad. Algo que, creían, estaba a la vuelta de la esquina.
Los rumores de contagios voluntarios recorrían la ciudad. No existía ningún tipo de confirmación oficial, pero eran muy comentados y conocido entre los frikis. Yo mismo, que estudiaba cine en esa época en Cuba, creía que no eran más que leyendas urbanas. Incluso, aún después de ver Azúcar Amarga, de León Ichaso, que tocaba el tema.
Film cubano Boleto al Paraíso
Ahora, el realizador cubano Gerardo Chijona confirma que, de leyenda, nada. En el fin cubano Boleto al Paraíso cuenta la historia de Alejandro y sus amigos frikis, quienes en una Habana que se cae a pedazos, asisten a conciertos de metal clandestinos, se prostituyen para mantener el alcoholismo de sus padres, se defienden como pueden de los asaltos sexuales de propios y extraños y juegan con la idea de contagiarse para ser recluidos en Villa Los Cocos.
Cuba, 1993. Eunice es una adolescente que huye del acoso sexual de su padre. Alejandro es un joven rockero que roba una farmacia y parte con un par de amigos hacia La Habana. Sus destinos se cruzan en la carretera y, juntos, deciden partir en busca de un Paraíso que marcará el resto de sus vidas.
El guión, escrito por Francisco Gacía, Maikel Rodríguez y el mismo Chijona, es una adaptación del libro Confesiones de un Médico, de Jorge Pérez Ávila, un especialista que laboró muchos años en el centro y conoce las historias de primera mano.
En el encuentro con los medios presentes en el festival Cine Ceará, el joven actor Héctor Medina, protagonista del film, destacó el carácter polémico de la cinta, heredera de las grandes películas cubanas críticas de la revolución y la sociedad.
Es una película acertada, que crea debate, que no es para nada didáctica. Muestra con fidelidad la vida de los frikis de los años 90. Y generó mucha discusión en la isla cuando se exhibió.