La relación entre el cine y el periodismo es como la de esos viejos matrimonios donde nadie se soporta, pero que se mantienen unidos porque no pueden vivir sin el otro.
Por cerca de un siglo, cierta clase de periodismo ha vivido de las miserias del cine. De los divorcios e infidelidades de sus estrellas. De sus chismes. De sus borracheras. De sus metidas de pata. De sus frivolidades y de sus excesos. Los columnistas de los grandes diarios amarillistas estadounidenses —Louella Parsons, Hedda Hopper, el joven Ed Sullivan— hacían y deshacían carreras y matrimonios. Creaban éxitos y provocaban fracasos. Premiaban y condenaban.
Allí está el triste recuerdo del fin de Roscoe “Fatty” Arbuckle, por ejemplo.
Presentando a Walter Winchell
Parsons, Hooper e, incluso, Sullivan tan sólo fueron pálidos imitadores de Walter Winchell, el columnista estadounidense más poderoso del siglo XX.
Cortejado por estrellas y políticos en ascenso, celebridades y agentes de prensa, Winchell creó e impuso un estilo de periodismo de opinión en el que mezclaba chismes, rumores, datos sin confirmar, comentarios satíricos, sarcasmo.
Era tan temido como odiado. Podía crear un éxito con sólo un párrafo y hundir una carrera con la combinación adecuada de palabras en una frase. Su estilo de escritura era rápido, incisivo y letal como el stacatto de una ametralladora.
Cortas frases, muchas veces incompletas. Párrafos sucintos, separados por puntos suspensivos. Todo, revuelto y salpicado de jerga. Incluso, expresiones que no existían, que el inventaba y popularizaba. Su estilo originó los términos Winchellism y Winchellese (algo así como winchellismo y winchellada).
Winchell, el más popular
Sus columnas, publicadas en varios diarios de costa a costa de los Estados Unidos, eran devoradas ávidamente por 20 millones de lectores. Su programa radial dominical, donde era capaz de alcanzar velocidades cercanas a las 240 palabras por minuto al hablar, con el fondo sonoro de un teletipo en acción, era escuchado por 30 millones de radioescuchas más. Se calcula que Winchell llegó a alcanzar alrededor de 60 millones de estadounidenses en el clímax de su popularidad.
El cine fue uno de sus blancos preferidos. Sobre todo, cuando se alió con el senador Joseph McCarthy en su histérica cruzada anticomunista. Ya es sabido que cuando el periodismo, así sea el sensacionalista, se junta con la política, independientemente de la orientación ideológica, termina perdiendo el periodismo. De modo que cuando comenzó la caída del senador, comenzó el ocaso del todopoderoso columnista.
Y a Hollywood le llegó su momento de pasar su factura.
Fue por esos días cuando Warner Bros. estrenó Sweet Smell of Success. (Continúa…)