Post Mortem, la política vista desde el abismo

Este fin de semana he visto Post Mortem, tercer film del chileno Pablo Larraín. Este fin de semana también se conmemoraron 38 años del sangriento golpe de Estado que derrocó el gobierno socialista del presidente Salvador Allende. No obstante, no reparé en la coincidencia hasta sentarme a escribir estas líneas.

Como Tony Manero, su anterior obra, Post Mortem es un film descarnado, hipnótico, duro, difícil de ver. Protagonizado por un reprimido Alfredo Castro, quien encarna a un empleado de la medicatura forense de Santiago, tan taciturno como arribista y obsesivo; y Antonia Zegers, quien da vida a una desquiciada vedette, el film vivisecciona el conflicto entre lo individual y lo colectivo, entre lo personal y lo político, en los días previos y posteriores al golpe de Estado de Pinochet.

Es tambien el retrato del ascenso al poder de un personaje amoral y alienado y violento, que en el camino ha perdido de vista la humanidad. La propia y la de sus semejantes. Larraín hinca el escalpelo en el espinoso tema del compromiso político. En medio de un baño de sangre muestra cómo el compromiso es expresión muchas veces de frustraciones o mezquinas ambiciones.

Es la media sonrisa de orgullo y satisfacción de Cornejo cuando el militar golpista le comunica que ahora es funcionario al servicio del ejército chileno.

Post Mortem, Infantilismo y Hombre Nuevo

Pero a veces la posición política es expresión del infantilismo o el delirio, como la alucinada descripción del Dr. Castillo del advenimiento del utópico Hombre Nuevo.

[amazon_link asins=’B009CSVQK4|B006SWOD6Q’ template=’ProductAd’ store=’blogacine0f-20|blogacine0d-21′ marketplace=’US|ES’ link_id=’406c6ec3-fa38-11e7-84ce-554e03e2a38a’]La película narra con frialdad y lucidez cómo en tiempos de conflictividad política se desatan los demonios personales, cómo los defensores de la democracia a veces no buscan otra cosa que satisfacer sus deseos de revancha, de venganza o ascenso social. O simplemente burocrático, como en el caso de Cornejo.

También cuenta cómo en tiempos violentos, ni siquiera la ciencia tiene la última palabra pata juzgar la Historia: después de practicarle la autopsia al cadáver del presidente derrocado, Cornejo y Sandra discuten el diagnóstico. Para él, el presidente se suicidó. En cambio, ella opina que fue asesinado…

Post Mortem nos muestra cómo cuando se trata de conflictos políticos nunca hay respuestas claras, inequívocas. Que desde el tumulto, no se sabe cuál es el bando de los buenos y cuál el de los malos. Así lo ha explicado su realizador:

En Chile sigue habiendo un grupo disparatado de personas que piensa que Pinochet es fantástico, aunque el consenso dice ahora que las dictaduras ya no son bienvenidas. Pero eso no estaba tan claro entonces. Las imágenes del filme están en la onda de ese estado mental. Por eso su paisaje político es tan extraño, ambiguo y delirante.

Un hecho histórico así polariza fuertemente a la población. Aquél día la gente estaba muy confusa. Ahora sabes quién era el bueno y quién era el malo, pero entonces la información era muy desconcertante. Un film notable, sin lugar a dudas.

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