Me ha vuelto a pasar con Django Unchained. Cada nueva película de Tarantino que veo, me deja una extraña sensación de equívoco.
Tarantino, el equívoco
No es la sensación del espectador desprevenido que confunde las salas y ve la película que no es. No. Es otra cosa. Es la certidumbre de haber visto una película distinta a la que el cineasta hizo (o cree haber hecho). Me sucede con todas y cada una de sus películas, a excepción de Reservoir Dogs y Kill Bill.
No es nada parecido a la decepción. Tarantino sigue estando en el altar de mis cineastas venerados. Sigo pensando que es uno de los pocos autores, de los escasos artistas que aún pueden trabajar y trabajan en el cine estadounidense. Su obra es divertida, extrema, llena de humor negro y sorprendentes giros estilísticos y narrativos. Pero sus películas nunca resultan lo que yo creo que voy a ver. Y esto no es, en modo alguno, una crítica negativa.
Aunque extraordinaria, Pulp Fiction nunca me pareció un pulp. Quizás porque la calidad está de alguna manera reñida con el mismo pulp. Lo mismo siento que pasa con Jackie Brown, su adaptación de Elmore Leornard, un escritor que bebe bastante de las fuentes del pulp. Jackie Brown termina siendo un buen film de gangters, con pocos o ningún elemento propio del Blaxploitation.
Death Proof, su segmento de Grindhouse, termina siendo lo contrario al espíritu del grindhouse. Allí donde Robert Rodríguez da rienda suelta a su delirio y conscientemente construye una obra de pacotilla; Tarantino no puede vencer su impulso de hacer bien las cosas y realiza una buena película de carretera con, muscle cars y slasher incluído.
Inglorious Basterds que no fue
De Inglorious Basterds, aunque complacido con la película, salí con las ganas de haber visto una historia sobre ocho bastardos, cada uno con una particular y mortal especialidad, que ejecutan toda suerte de desmanes entre las filas nazis.
No obstante, nada de lo anterior me ocurrió cuando vi su opus magna, Kill Bill. En su gran homenaje a las cintas orientales, Tarantino logra reunir todas las exageraciones de los productos y subproductos de artes marciales que tanto ama.
[amazon_link asins=’B001ECPV6G|B00U1QGJBM’ template=’ProductAd’ store=’blogacine0d-21|blogacine0f-20′ marketplace=’ES|US’ link_id=’abb46e80-f86a-11e7-a754-331df426d35a’]En una historia que además constituye prácticamente la única anécdota que cuentan (¿contaban?) esas películas: la de una personaje que busca saciar su sed de venganza. Kill Bill es un tributo gozoso a las artes marciales, filmado un fanático en estado de gracia. Una obra lúdica, irónica, paradójica y brutal, inmensamente entretenida.
A su siguiente película, Inglorious Basterds, me acerqué con la expectativa de ver una cinta bélica de explotación, escrita y dirigida por el gran autor de Kill Bill. (Atención, no leas lo siguiente si no has visto la película y planeas verla algún día).
Pero más o menos a la mitad del metraje, cuando de verdad debían entrar en acción, casi todos los bastardos caen exterminados en un tiroteo.
Fue como si el guionista y director se hubiera dado cuenta de que estaba repitiendo los personajes de las asesinas de su cinta anterior, con un cambio de sexo. Ytratara de remediarlo a mitad de la película en una escena de muerte colectiva. No fue la película que fui a ver al cine.
En cuanto a Django Unchained
Lo mismo me ha pasado con Django Unchained…
De Django Unchained yo un western spaghetti a lo Kill Bill: mitad homenaje al subgénero, mitad parodia por la vía de la exageración. Pero no ocurrió así. Django Unchained carece de todos los elementos exagerados y estrafalarios del subgénero.
En el Western Spaghetti sucede algo análogo al de las artes marciales. Cuando uno se aleja de ciertos autores o películas clásicas, se da de bruces con un mar de obras menores. Que repiten hasta la saciedad y el hartazgo una misma anécdota. Curiosamente, en ambos subgéneros, es el mismo: el de la venganza. Y que, para destacarse, compite entre sí en exageración.
Sólo que en el caso de los western spaghetti es mucho más radical que en el de las artes marciales. En el primero, basta que dejes el territorio seguro de Sergio Leone para hundirte en el fango. Más allá de Leone, una vez que has visto unas pocas, las has visto casi todas. No digo que sean malas. Muchas son muy entretenidas. Como aquella del pistolero ciego en la que Ringo Starr era el villano, ¿cómo era que se llamaba? ¿Blindman?. Pero todas se parecen. Pasado un punto, comienzan a repetirse idénticas.
Más Southern que Western
Django Unchained carece de esas exageraciones del subgénero. De las excentricidades con el revólver. De las acrobacias estrafalarias con la puntería. Del melodrama. De la música lacrimógena. De los tambores de municiones inagotables. Del desierto de Armería. Del inconfundible sonido del ricochet.
Del spaghetti, apenas Franco Nero.
Técnicamente no es, ni siquiera un película del Oeste, pues transcurre en el Sur estadounidense. Más Southern que Western, se trata de una buena comedia de vaqueros con tintes wylerianos (¿wylerescos?) en su retrato del Sur.
Sus plantaciones de algodón, sus mansiones neoclásicas de imitación, de yeso blanco y ladrillos rojos, sus sirvientes negros de levita, como el abominable y repugnante lacayo adulante Stephen, interpretado por el genial Samuel L. Jackson.
Django pareciera tener más de William Wyler y de Douglas Sirk que de Sergio Corbucci o de Duccio Tessari. No comienza con ningún pistolero que entra a un pueblo, arrastrando un sarcófago lleno de armas, ni termina con la escena ineludible de todo western spaghetti que se respete: la del duelo entre el bueno y el malo.
O entre el bueno, el malo y el feo.
Curiosamente, Django Unchained termina —y aquí viene un spoiler del tamaño de una mansión sudista— igual que Inglorious Basterds. Como quería aquel carnicero vaquero de Ed Wood, con una gran explosión.
No es una mala película. Lo contrario, es una excelente película. Un exquisito western con momentos hilarantes —como la desopilante discusión entre los miembros del Klu Klux Klan— que nunca aburre. Como ocurre con la mayoría de sus anteriores films, Tarantino, encadenado a su impulso de hacer una buena película, termina traicionando su idea inicial de hacer un tributo chaborro al Western Spaghetti.