De entrada, resulta al menos curioso el juego narrativo de The Gentlemen de Guy Ritchie: desde sus primeros minutos, el personaje principal comienza a leernos el guión de la película que estamos viendo. Es así como temprano en la historia se establece un metarrelato autorreferencial. Es decir, un cuento que no sólo habla sobre sí mismo, sino que se estructura en sí mismo.
Acaso decir que nos lee el guión no sea lo más apropiado o preciso. En realidad, lo que hace Fletcher, el personaje en cuestión, es pitcharnos el proyecto. ¿Que qué es un pitch? En el argot de la industria cinematográfica esta alusión al lanzamiento de una bola en béisbol se usa para definir esos brevísimos encuentros en los que un productor, o director, le presenta su proyecto al jefazo de algún estudio de cine, o gran productora.
Y precisamente eso es lo que nos hace Fletcher. Pitcharnos la película que estamos viendo. Y ciertamente, no de forma muy breve que digamos. Fletcher se extiende en explicaciones de todo tipo y anuncia o devela (o, para decirlo con la jerga, telegrafía) abiertamente los giros dramáticos que se avecinan, sin ningún pudor.
Es decir, desde el mero comienzo de The Gentleman, Ritchie comienza a violar varias reglas o sacros principios de la escritura de guiones. Desde El no telegrafiarás tus acciones al No llenarás tu historia de escenas expositivas. Porque en el fondo, buena parte del metraje de The Gentlemen es básicamente una descomunal escena expositiva a cargo de Hugh Grant.
Y eso habla muy bien tanto de Grant como de los autores del guión. Así se hace un buen guión.
The Gentlemen de Guy Ritchie, o el inesperado valor de la exposición
Si alguna vez has estado en una clase de guión, sabrás que una de las primeras cosas que te corrige el tutor o profesor es la tendencia a la exposición que tenemos todos al escribir. Quizás hasta te haya invocado la máxima hollywoodense de “Muestra, no digas” (Show, don’t tell), que usan en la industria para evitar diálogos o monólogos que cuentan lo que sucede en pantalla.
Pues resulta que en The Gentlemen de Guy Ritchie, los guionistas se pasan digamos que por las armas, la dichosa máxima. Y hacen que Grant diga y diga, y diga. O cuente y cuente y cuente la historia que estamos viendo. Y sólo un gran actor, con un infinito talento, puede sostener tanto tiempo tal artilugio dramático.
Y aquí abro un breve paréntesis para anotar que Hugh Grant, otrora galán de clásicos de la comedia romántica, ha devenido en un inmenso actor característico. De hecho, me costó reconocerlo en este film de Ritchie.
No obstante a pesar de ser el personaje principal, Grant no es el protagonista de esta historia. Es el narrador, más no el héroe. El héroe es Mickey Pearson y está interpretado por un más que eficiente Matthew McConaughey. El siguiente personaje en la escala de importancia es Ray (Charlie Hunnam), amanuense de Pearson y a quien Fletcher le hace el pitch.
La historia de los señores de la mafia
Aunque contada con toda clase de idas y venidas y un derroche de recursos narrativos, la historia que Fletcher cuenta con intención de chantajear a Pearson y a Ray, es simple.
Pearson, un expatriado estadounidense desea vender su emporio de producción de cannabis con vistas a una posible legalización. Pero son 400 milones de dólares y la cifra llama la atención de toda clase de jefes mafiosos que quieren su tajada.
Y es así como se ponen en movimiento un engranaje de tramas y subtramas donde, para ser fiel al género criminal, nada ni nadie es lo que parece y los cuerpos comienzan a apilarse.
Y si nada es lo que parece, no es sólo cuestión de convenciones del género, sino además por la sencilla razón de que, recuerdan, la historia nos la cuenta un narrador muy poco confiable, que confunde adrede realidad y ficción. En esta trama convulsa sin embargo, se acumula un buen número de coloridos personajes y muchos detalles interesantes.
Como el taller mecánico de mujeres, por mujeres y exclusivamente para mujeres regentado por Rosalind Pearson (Michelle Dockery), esposa de Mickey. O el entrenador grandulón de buen corazón interpretado por Colin Farrell que se ve envuelto en la sangrienta trama sin querer. Y ya que usamos “trama” y “sangrienta” en una misma frase, bien vale la pena acotar la poca violencia que hay en cámara.
En The Gentleman de Guy Ritchie casi toda la violencia ocurre fuera de cuadro. Es más que lo sugiere que lo que muestra. Pero el resultado no es menos inquietante. Quizás sea porque el horror se deriva más de unos personajes tranquilos y apacibles dados a arrebatos violentos y que sin solución de continuidad se transforman en monstruos, que de las atrocidades que perpetran.
No sé.
Lo cierto es que en The Gentlemen, Ritchie vuelve a sus raíces. A ese mundo de pintorescos mafiosos, truculencia y vueltas de tuercas narrativas que le gusta tanto. Y que sabe contar tan bien.