Parasite llega a Netflix. Esta semana, el gigante del streaming ha puesto en línea la opus magna del coreano Bong Joon Ho, con la que conquistó no sólo a la crítica y el público mundiales el año pasado, si no además los grandes festivales de cine y los más importantes premios. Acaso sea lo que necesitaba para llegar donde no había llegado antes. Y quizás es una oportunidad apropiada para revistar una película que acaso sea un clásico instantáneo.
La obra cinematográfica de Bong Joon Ho está signada por tres grandes temas: la división de clases, la amenaza ambiental y las relaciones familiares. En varias de sus películas, esas preocupaciones suelen estrechamente relacionadas, al punto de que el clasismo suele estar determinado por lo ambiental y ambas cosas se expresan visualmente a través del estudio de las dinámicas familiares.
En The Host un ecocidio engendra un monstruo que directamente obliga a los miembros de una familia a confrontar sus más íntimos miedos, mientras nos pasea por toda la geografía social de Corea del Sur. En Mother, los privilegios de clase impulsan a una madre de escasos recursos a enfrentarse un monstruo muy diferente pero no menos brutal: el corrupto e ineficiente sistema judicial coreano. Snowpiercer es una distopía futurista steampunk sobre la lucha clases en un mundo postapocalíptico. Okja es una fantasía infantil sobre la deshumanización de la industria alimenticia y una crítica a los movimientos ecologistas fashion, todo contado a través de los ojos de una niña y su relación con un suido gigante creado por ingeniería genética.
Parasite llega a Netflix
De modo pues que el arribo de Parasite en su filmografía era poco menos que inevitable. Es la consecuencia lógica del trabajo anterior de Bong Joon Ho. Desde su título, el film nos anuncia que nos contará una relación parasitaria entre dos familias ubicadas en las antípodas del espectro de clases sociales. Sólo que esta vez se trata de una relación simbiótica: ambas dependen de la otra para su subsistencia.
Parasite aprovecha este relato para contar cómo nace, se alimenta y se reproduce el resentimiento social, ese combustible del populismo, derivado del choque entre los privilegios de clase y la discriminación económica. A diferencia de Snowpiercer, donde Bong Joon Ho también aborda el tema directamente en una estructura visual horizontal, en Parasite edifica una estructura narrativa vertical. No en vano se trata del relato de la lucha entre los de abajo y los de arriba.
Por eso, todo la mayoría de los giros importantes de la trama suceden en escaleras, cuando los personajes están ascendiendo o descendiendo. El mejor ejemplo es el descenso bajo una tormenta que ocupa un tramo central del relato, donde confluyen los temas del colapso social y la amenaza del cambio climático. Para Bong Joon Ho la debacle de la sociedad es consecuencia del cambio climático. Y viceversa.
Con una dirección efectiva y un manejo no menos escrupuloso del tiempo cinematográfico para potenciar el suspense —Bong Joon Ho incluso homenajea a su maestro Alfred Hitchcock en alguna escena—, Parasite es una disección anatómica precisa e implacable de la división de clases de la Corea contemporánea.