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Madrid. Verano del 2001. Es una noche calurosa y sales a dar un paseo. Llevas tu cámara DV, porque nunca se sabe. Doblas la esquina y de repente, estás en una calle tapizada de dólares. Pero los billetes tienen el rostro de Johnny Depp o de Penélope Cruz, en vez de Ben Franklin o George Washington.
Unos metros más adelante, la gente se agolpa en la entrada de una sala de cine. Hay fotógrafos, camarógrafos y curiosos admirando el desfile de celebridades. Las muchachas gritan por Alejo Sauras, Jordi Mollá se deja entrevistar, Pedro Almodóvar conversa con una amiga, Victoria Abril pasa acalorada, Ted Demme saluda a los presentes, pero nadie lo reconoce. Santiago Segura llega tarde pero se detiene a estrecharle la mano a unos punketos. Penélope Cruz, bellísima y simpática, recoge del suelo un billete falso con su rostro y lo muestra a las cámaras.
Es el estreno de una película llama Blow, que no verás en un año o dos, tiempo después de que su director haya muerto. Lo grabas todo. El asunto no dura más de una hora. Prosigues con tu paseo y, al regresar, ya han recogido la alfombra; la sala de cine permanece solitaria y en silencio; y el viento barre los billetes falsos del suelo.
