Avatar me recordó mis días de alumno de fotografía subacuática.
A finales del siglo pasado, en la primera clase práctica de foto subacuática que tuve mientras estudiaba cine, los instructores nos hicieron una seria advertencia antes de nuestra primera inmersión:
Abajo (es decir, bajo el agua, en el mar) no deben tocar nada. Todo pica, muerde, quema, electrocuta, corta, irrita, razguña, lastima y asusta. Por muy bonito que sea, por muy pacífico que parezca, no se les ocurra tocar nada. Absolutamente NADA.
Quienes ya hayan visto Avatar (y quienes no la hayan visto, por favor dejen de leer en esta línea, porque puede que revele detalles importantes de su trama), las advertencias de Jorge Soliño, nuestro instructor de buceo, se les antojaran muy parecidas a la introducción que el coronel Miles Quaritch (Stephen Lang) le hace al, recién llegado, cabo Jack Sully (Sam Worthington).
El mundo sumergido
La comparación no es arbitraria. Quaritch le advierte a Sully (y a nosotros, los espectadores) que está a punto de sumergirse en un mundo que responde más a las leyes subacuáticas que a las terrestres. Un mundo imaginado por un autor que ha pasado buena parte de su vida sumergido. Explorando el lecho marino. Y que ya le ha dedicado dos excelentes películas (James Cameron y al mundo de Pandora.
Cameron y sus artistas digitales han recreado un mundo submarino fuera del agua, sobre la superficie de Pandora. Una Amazonia extraterrestre de flora iridiscente que se ilumina al contacto. Anémonas asustadizas que se pliegan a la velocidad del rayo ante el mínimo atisbo de peligro. Delicadas medusas fluorescentes voladoras. Enormes paquidermos de cabeza de martillo. Hipocampos de seis de patas. Alucinantes tepuyes levantes. Y hasta un Salto Ángel suspendido en el aire.
Un mundo que Wired etiquetó como “Discovery Channel en ácido” y Nerve, cómicamente, como “el más caro salvapantallas del mundo“. Cameron describe un ecosistema tan frágil e interconectado que la sola muerte no natural de una de sus fieras hienas-lobo, altera de alguna el conjunto.
La metáfora de Irak
En medio de este mundo, hermoso y tóxico a la vez, que los humanos deben explorar equipados con parafernalia de buceo; el ejército estadounidense ha instalado una green zone fortificada, llena de mercenarios militares, y se prepara para arrasar el planeta en busca de fuentes energéticas.
Si les suena conocido es porque quizás tristemente les recuerde a Irak. Creo que desde la década de los 70, en Hollywood nadie había trazado un retrato tan descarnado de la brutalidad del ejército estadounidense y la avaricia de las grandes corporaciones energéticas. Avatar está destinada a convertirse en una de las cintas definitivas sobre la guerra de Irak (¿se dieron cuenta de la alusión a un “trabajo” en Venezuela: yo quiero ver esa “prequel”).
Avatar, una historia de amor
Con la inminente guerra como trasfondo, Cameron hace lo que mejor sabe hacer: contarnos una delicada historia de amor. En este caso, amor interracial, si es que se puede definir así, entre una humano devenido Na’Vi y una guapa princesa Na’Vi interpretada por Zoe Saldana.
A estas alturas, quizás pueda decirse que Cameron es mejor haciendo historias de amor que películas de acción (acabo de ver en su ficha de la IMDb que fue el guionista de Rambo II, no lo sabía).
Mas Avatar no sería una película de Cameron si no contuviera una reflexión sobre el conflicto entre el hombre y la máquina. En esta oportunidad, entre la máquina y los Na’Vi. O el metal y lo orgánico. La oposición entre la industria y la naturaleza, simbolizado en el enfrentamiento de aterradores escorpiones voladores artillados (uno de ellos pilotado por una insoportablemente sexy oficial Trudy Chacón —Michelle Rodríguez) con reptiles voladores equipados con turbinas laterales naturales.
Avatar, lo que no me gustó
En mi canal de Twitter escribí días atrás que lo que menos me gustaba de Avatar, era precisamente que se trataba de una película de Cameron, con diálogos que a veces rayan en la cursilería. Y villanos unidimensionales como el coronel Miles Quaritch. Que bien habría podido ser en realidad un cyborg.
Pero acaso lo que más me molesta del guión, aunque sé que para muchos será lo que mas les atraiga, es el clímax en el tercer acto. Como dicen los españoles, cuando se arma la gorda. Una fórmula de cine industrial que ya cansa y aburre y que aquí luce casi incoherente con el desarrollo de la línea argumental.
Habría preferido que Avatar se pareciera más a Abyss que a Aliens. Que su clímax hubiera sido más interior que físico, más reflexivo que emocional. No pierdo la esperanza de que alguien de la talla de Cameron retome el carácter existencial de la ciencia ficción moderna. Como Kubrick en 2001.
Cigarrillos en el espacio
Aparte de una que otra escena poco trabajada en el guión, una de los detalles que más me sacó de la trama fue ver a la doctora Grace Agustine (Sigourney Weaver) fumando como meretriz detenida dentro de lo que, se supone, es prácticamente una burbuja de oxígeno. No podía dejar de pensar que eso era motivo de chiste en Thank you for smoking. Valga la cita del diálogo entre el lobbista de las tabacalera, Nick Naylor (Aaron Eckhart) y Jeff Megall (Rob Lowe), el todopoderoso agente de Hollywood:
[scrippet]
JEFF MEGALL
Sony tiene una película de ciencia ficción…
NICK NAYLOR
¿Cigarrillos en el espacio?
JEFF MEGALL
Es la frontera final, Nick.
NICK NAYLOR
¿Pero no estallarían en ese ambiente lleno de oxígeno?
JEFF MEGALL
Probablemente. Pero eso se soluciona fácil. Con una línea de diálogo. “Gracias a Dios, inventamos el… ” Tú sabes… Cualquier dispositivo.
[/scrippet]
En Avatar, tal parece que inventaron ese dispositivo.