Hoy se estrena en Venezuela Cheila, una casa pa’ Maita, la esperada cinta de Eduardo Barberena, con guión del dramaturgo Elio Palencia, ganadora del premio a la Mejor Película en el pasado Festival de Cine de Mérida.
…Es la historia de una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre que regresa de Canadá a pasar las navidades con su familia en la linda casa que hace algún tiempo, con todo su esfuerzo, pudo regalarle a su Maíta. En la búsqueda de hacer realidad su sueño de cambiar su sexo y ser “una mujer total”; al momento de regresar a su país natal, encuentra la hermosa “quinta” en completo deterioro y ocupada por un caótico tropel de hermanos, cuñadas y sobrinos, situación que le desvelará una dura verdad acerca de la relación consigo misma y su familia. Cheila, una casa pa’ Maíta, llegará a nuestros cines con una compleja historia que retrata un mundo en que los sacrificios, la falta de tolerancia y la búsqueda de sí mismo luchan por la supremacía.
Se trata, a mi juicio, no sólo de una de las propuestas más arriesgadas realizadas en lo que va de década en el cine venezolano (ni hablar de la década pasada), sino además una de las más sólidas y maduras. El sólido guión del dramaturgo Elio Palencia —también autor de la pieza original—, examina con acuciosidad la humanidad de sus personajes. No se trata de una historia fácil, de soluciones aleccionadoras, donde los personajes se redimen al final tan sólo por cumplir el imperativo de Disney de que en toda película, alguien debe ser feliz antes de que comiencen los créditos —usualmente con una intención pedagógica, lo que degrada al arte al nivel de sermón dominical.
En Cheila no hay sermones, ni la oposición de buenos o malosy la preocupación del ascenso social, tan recurrente en nuestras cintas los últimos años, se encuentra ausente. Desaparecido el barrio como escenario y su problemática como factor totalitario determinante para el devenir de la trama; queda una historia que pone el acento en la interioridad, en la complejidad del conflicto de sus personajes. Como apuntó Endry Cardeño (Cheila), en la presentación de la cinta ante la prensa, era la primera vez que le pedían interpretar un personaje transexual que no fuera cómico, que no hiciera payasadas o que no tuviera que “enseñar las tetas”.
El tema mismo de la transexualidad o reasignacion de género, está manejado con no menos riesgo, dejando a un lado las convenciones timoratas políticamente correctas del el tratamiento visual de las minorías. Todo lo contrario, Cheila se burla de los tópicos en torno al tema con desparpajo, sin tapujos: una historia tan madura que no teme dejar a un lado la solemnidad y burlarse de sí misma, sin caer en el astracán televisivo y sin el enfoque folklorista de la impepinable reflexión acerca de “la venezolanidad” o “venezolanitud”.
Idéntica madurez se aprecia en la dirección de la Eduardo Barberena, quien parece consciente de que no se trata de probar nada sobre sí mismo, sino desaparecer detrás de sus personajes y sus acciones. Barberena cumple con el mandato clásico de dejar hablar a la obra por sí misma, sin imponerle nada.
Así mismo, hay que destacar la elección del reparto, elegido con puntillosa exactitud por el también actor William Cuao. En esta cinta hay interpretaciones manejadas con bravura, como el de la extraordinaria Violeta Alemán, quien compone una madre llena de contradicciones acerca de su relación con su hijo transexual. Una madre dura, pero no exenta de ternura. Pero ella no es la única, pues cabe destacar el trabajo del resto del elenco, empezando por el de Endry Carreño.
Aura Rivas, Elodie Bernardeau, Luke Grande, Rubén León, Nelson Acosta, Freddy Aquino, Moisés Berroterán, Verónica Arellano, Carolina Torres, Glenis Colina, Guillermo Londoño, Víctor Soto y Rhandy Piñango, acompañan a Cardeño. La partitura musical y la producción estuvieron a cargo de Nelson Carranza.
Al final, es de agradecer una película arriesgada que no teme tratar con profundidad y al mismo tiempo desparpajo temas tan espinosos como el de la transexualidad o la sexualidad infantil. Una película que se ubica a la vanguardia del cine y la sociedad venezolanas. Que no se queda a la saga del conservadurismo de los espectadores para halagarlos con fórmulas fáciles, con finales felices de telenovela, aleccionadores o pedagógicos. Una película que invita a la reflexión y a la discusión. Una cinta madura, que no se convierte en un vehículo de lujo, muy caro, para la vanidad de sus creadores y que toca nervios culturales de la sociedad venezolana que hace tiempo ninguna otra película se había atrevido a tocar.
Sí, estamos ante otra fuerte candidata en la competencia por la postulación al Oscar a la mejor película extranjera para representar a Venezuela. Véanla y luego, discutámosla por aquí.
Cheila, una casa pa’ Maita es una producción de la Fundación Villa del Cine.
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