A veces me da la impresión de que la corrupción es un tema tabú en nuestras sociedades latinoamericanas. Quizás sea porque todos, de alguna manera, en mayor o menor medida, nos beneficiamos de ella de forma cotidiana: cuando sobornamos algún funcionario para que nos aligere tal o cual proceso, cuando pagamos para que el policía de tránsito se haga la vista gorda ante nuestra infracción y nos deje ir, cuando falsificamos una factura para quedarnos con parte de los viáticos que debíamos devolver porque, “bueno, de algo tiene uno que vivir”…
Nadie habla de la corrupción, porque acaso todos estamos inmersos en ella, de una u otra forma, y hay que conservar las apariencias. Nuestro grado de asombro ante sonados casos de corrupción puede darnos una medida del grado de Anomia que aqueja a una sociedad determinada. En algunos países, un caso de corrupción puede echar abajo a un gobierno. En otros, la población admira en secreto al burócrata bribón que logra escaparse con un par de maletas henchidas de dineros públicos. En el mejor (¿o debo decir “peor”?) de los casos, nadie se escandaliza, a todos les parece lo más normal del mundo. Total, si todos lo hacen, ¿por qué no habría de hacerlo yo?
A mí siempre me ha intrigado cómo y por qué una persona de sólidos valores puede verse involucrada en un caso multimillonario de corrupción. ¿En qué momento se derrumban todos sus principios morales y le echa la zarpa a millones? ¿Es un proceso repentino o gradual? ¿Es consciente o inconsciente? ¿Cómo alguien puede robarse una suma inconcebible de dinero y pensar que nadie lo notará, que saldrá bien librado del asunto? ¿Es que la posibilidad de ser atrapados y juzgados por la justicia y la opinión pública no les importa? ¿O es que saben que hay dinero de por medio, cualquier sentencia es susceptible de ser negociada?
Aún y así, ¿cómo una persona íntegra puede robarse millones y vivir tranquila el resto de su vida?
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