Siempre me he preguntado qué había llevado a la administración Bush a empantanarse de tan mala manera en Irak. Porque el cuento de la búsqueda de las armas de destrucción masiva no se lo creyó nadie. Menos aún el supuesto deseo de llevar la democracia al país, cuando era y es bien conocida la larga amistad entre Saddam Hussein y los diferentes gobiernos estadounidenses de las últimas décadas.
Y aunque la codicia pueda parecer a primera vista una razón más que suficiente, cuando se sacan las cuentas de la invasión, uno se da cuenta de que se trató de un pésimo negocio para todo el mundo.
Entonces, ¿qué llevó a EE.UU. a intervenir en Irak?
No end in sight, documental de Charles Ferguson nominado al Oscar de este año, arroja luces a la cuestión.