Este fin de semana he visto Post Mortem, tercer film del chileno Pablo Larraín. Este fin de semana también se conmemoraron 38 años del sangriento golpe de Estado que derrocó el gobierno socialista del presidente Salvador Allende. No obstante, no reparé en la coincidencia hasta sentarme a escribir estas líneas.
Como Tony Manero, su anterior obra, Post Mortem es un film descarnado, hipnótico, duro, difícil de ver. Protagonizado por un reprimido Alfredo Castro, quien encarna a un empleado de la medicatura forense de Santiago, tan taciturno como arribista y obsesivo; y Antonia Zegers, quien da vida a una desquiciada vedette, el film vivisecciona el conflicto entre lo individual y lo colectivo, entre lo personal y lo político, en los días previos y posteriores al golpe de Estado de Pinochet.