Aún me cuesta salir del asombro por la coincidencia. Hace apenas semanas estuve conversando con Iria Gómez Concheiro, joven realizadora mexicana, sobre su película Asalto al Cine. En el film, un grupo de jóvenes sin mucho oficio ni ocupación, se dejan arrastrar por la idea ociosa de asaltar un cine.
A Iria se le ocurrió la idea cuando leyó un titular noticioso: Un asalto de película. La noticia hablaba de un asalto colectivo que se había cometido en una sala de cine del D.F. Buena parte de su película es la descripción minuciosa de la elaboración del plan y, posteriormente, su ejecución. El asalto a la sala de cine está rodado con eficiencia. Con una planificación tan detallada y exacta como el crimen que cuenta.
Le contaba a la realizadora en esa oportunidad que había escuchado de historias similares en Venezuela. De asaltas a cines. Sobre todo, a salas de cine con accesos y salidas directas a la calle. Pero que nunca había leído nada sobre el particular en los diarios.
Corte a:
Dos semanas después…
La noticia está en todos los diarios venezolanos:
El rumor de los robos efectuados en las salas de cines del país había sido para los criminólogos, hasta hace una semana, una leyenda urbana. La prueba pública y real de la materialización del mito fue el atraco masivo perpetuado en la sala 2 del Cinex del centro comercial Concresa, en el que casi 70 personas fueron despojadas de sus pertenencias.
La leo y no puedo dejar de pensar en la cinta de Gómez Concheiro. En sus cuatro protagonistas. Y en el pavor a la sala oscura que se ha desatado en la capital.
La película de Iria está contada desde el punto de vista del cuarteto protagonista de jóvenes desarraigados, por lo que las simpatías del espectador está con ellos. Al menos, de las mías, pero la vi cuando lo de los asaltos a los cines sólo era un rumor. No es es caso de otra película que hace de la sala de cine el escenario del terror.
Se titula Angustia. Data de 1987 y fue escrita y dirigida por el catalán Bigas Luna.
Angustia en el cine
En Angustia, un enfermero de una clínica oftalmológica, edípico, con ceguera progresiva y aficionado a coleccionar ojos —el terror máximo de todo cinéfilo: perder un ojo, o dos—, es enviado por su posesiva y castradora madre (Zelda Rubinstein, la medium de Poltergeist) a sembrar el terror en una sala de cine. Pero la historia no se detiene allí.
Angustia tiene la estructura de un juego de Matrioskas y dentro de la película, hay otra película —acaso más aterradora— que esconde otra película.
Tan laberíntica estructura dramática-narrativa se le ocurrió a Bigas Lunas, según cuenta Alfred Hithcock, del filósofo Eugenio Trías. A Bigas Luna le había fascinado el análisis del filósofo sobre la tridimensionalidad de la obra de Hitchcock. Muy especialmente de La Ventana Indiscreta:
…que sitúa la mente del espectador en una historia que a su vez descubre otra historia que está ocurriendo en la casa de enfrente. Hitchcock encontró, pues, la profundidad de la pantalla, la tercera dimensión.
El recurso metalingüístico, autoreferencial, tiene un poderoso efecto emocional en el espectador de carne y hueso. Desorientado por lo que parece la imagen multiplicada de dos espejos enfrentados, tranquilamente lo que ocurre en la pantalla podría estar sucediendo en la sala en la que se encuentra. O algo peor. Genial idea la de Bigas Lunas. Una película de terror que transcurre en salas de cine idénticas en las que se encuentra los espectadores.
De la ficción a la realidad
El diario español cita La Antología Crítica del Cine Español, de Andrés Peláez:
Un asesino psicópata acosa a los espectadores de una sala de cine mientras éstos atienden hipnóticamente al fascinante relato que sucede en la pantalla, ajenos al horror que les rodea. Asistimos al entrecruzamiento de miradas, a la multiplicación de los puntos de vista, a la representación del ojo desorientado, a la pérdida de su centralidad según la entendía el clasicismo: la espiral, el vértigo…
Sólo puede uno imaginar lo que se sentiría ver alguna de esas dos cintas en una sala caraqueña en las actuales circunstancias, cuando parece real y cercana posibilidad de que un joven, acaso primo de uno de los protagonistas de Asalto al Cine, te ponga el cañón de su Glock en la sien para despojarte de tu BlackBerry. O cuando bien pudiera suceder que un enfermero enloquecido te saque el ojo de la cara que te queda. Porque el primero ya te lo quitaron en la taquilla al pagar la entrada.